Lamentablemente la violencia y la criminalidad han ido en aumento en nuestro país en los últimos años. Si bien seguimos teniendo bajas tasas de homicidios intencionados en Chile, ésta ha aumentado, lo que ha derivado en un aumento de personas afectadas por trastornos luego de ser víctimas de agresiones intencionadas.
Las cifras varían dependiendo del estudio empleado: por ejemplo, un análisis de la Oficina de Crímenes y Drogas de la ONU indica que Chile el el país con menor tasa de homicidios intencionados en América Latina, con un 3,1 por cada 100 mil habitantes en 2012. Sin embargo, en el Anuario de Estadísticas Criminales de Fundación de Paz Ciudadana, la tasa medida por la Policía de Investigaciones corresponde a un 6,6 por 100 mil habitantes en el mismo año.
Este aumento en el número de homicidios puede explicar en parte la gran sensación de inseguridad que manifiestan los chilenos. En el 2013, un estudio del PNUD (Programa de las naciones Unidas para el Desarrollo) muestra que la percepción de inseguridad en Chile superó la misma medida en Honduras (tasa de homicidios intencionados de 90,4 por cada 100 mil habitantes en 2012).
Este es el punto más importante de nuestra discusión: Cuando uno es víctima de violencia, ya sea por crimen organizado o delincuencia común, las tasas y porcentajes pasan a ser una fantasía, que puede ser entendida parcial o completamente desde la razón, pero emocionalmente la probabilidad pasa a ser de un 100%. Al igual como es descrito por Max Fritsch en su novela Homo Faber, cuando uno representa esa probabilidad, los números y tasas dejan de tener sentido, ya que mi realidad representa la realidad universal para cada uno de nosotros.
La sensación de seguridad es una de las necesidades más básicas del ser humano para desarrollarse normalmente, si ésta es vulnerada hay un período de 24 horas de adaptación que es considerado como normal. Es decir, el presentar síntomas ansiosos o incluso psicóticos dentro de estas primeras 24 horas no reviste ninguna patología. Sin embargo, ya desde las 48 horas posteriores al evento traumático puede aparecer sintomatología predictora de Estrés Postraumático.
Existen diversos trastornos psiquiátricos que pueden aparecer después de una agresión. La mayoría de las veces puede presentarse un Trastorno Adaptativo, en el cual el ser humano responde con una serie de síntomas ansiosos y/o depresivos en respuesta a un estresor, y en la medida en la que el estresor ya no existe o se ve controlado, los síntomas van desapareciendo, incluso sin necesidad de tratamiento farmacológico.
Sin embargo cuando la intensidad del daño provocado, tanto física como psicológicamente, es mayor, pueden aparecer cuadros propios del Trauma: Trastorno por Estrés Agudo y Trastorno por Estrés Postraumático. Ambos cuadros son muy parecidos en su sintomatología, siendo el Estrés Agudo diagnosticable desde las 48 horas post-trauma, y presentando mayor frecuencia de síntomas disociativos: desrrealización, despersonalización, amnesia, heautoscopía, etc. La importancia de pesquisar el Estrés Agudo es que en la mayoría de los casos responde mejor al tratamiento y se previene su evolución hacia un cuadro de Estrés Postraumático.
El Estrés Postraumático aparece posterior a los 30 días de ocurrido el trauma y presenta síntomas que pueden ser clasificados en cuatro grupos: evitativos, de hiperarousal, de embotamiento y de reexperimentación. El sistema de alerta se activó durante el trauma (lo cual es normal y nos permite defendernos y huir del peligro) pero no volvió a apagarse, por decirlo de una manera más coloquial. Esta hiperactivación hace que el paciente presente síntomas físicos derivados del aumento del funcionamiento del Sistema Nervioso Simpático: sudoración, palpitaciones, alza de la presión arterial, irritabilidad, insomnio y dolores varios. Sin embargo al mismo tiempo el paciente puede aparecer “como dormido”, muy lento en sus movimientos, con poca gesticulación facial y física, con sus reflejos más lentos y con escasa capacidad para responder preguntas y realizar actividades rutinarias. Se evitan estímulos que recuerden el evento traumático: andar en locomoción colectiva si fue asaltado en la micro, pasar por las calles donde fue agredido y en el caso más lamentable de ser violentado en su propia casa se evita incluso el vivir allí. El organismo sigue funcionando como si el trauma se estuviera repitiendo de manera continua: se reexperimenta el trauma a través de pesadillas y fashbacks, que son imágenes en que se ven “escenas del trauma” como si éste fuese una película. En los casos más graves pueden aparecer alucinaciones visuales, auditivas o táctiles: se siente la mano del agresor, se escuchan las bombas, se ve el rostros del violador o asaltante, etc..
El tratamiento consiste en un apoyo farmacológico, evitando en lo posible el uso de benzodiacepinas ya que pueden ser perjudiciales en presencia de síntomas disociativos. Pueden emplearse antidepresivos de perfil ansiolítico, hipnóticos que no alteren la arquitectura del sueño para prevenir las pesadillas, antipsicóticos o estabilizadores del ánimo en el caso de síntomas de mayor intensidad. La experiencia traumática en sí, lo ideal es que sea elaborada a través de psicoterapia. Las psicoterapias con mayor validación empírica en estos casos son la Intervención en Crisis y la terapia EMDR (eyesmovementdesensitation and reprocessing). La segunda se emplea cuando los síntomas de reexperimentación son intensos o de difícil manejo.
Por lo general la mayoría de los casos de Estrés Postraumático presentan una buena evolución. Indicadores de una pobre evolución son el ser portador de una patología psiquiátrica de base, secuelas físicas y el ser víctima de un daño no accidental, es decir: violencia intencionada. Si a esto le sumamos que el caso no pudo ser resuelto desde un punto de vista judicial (nunca se pudo detener al agresor o no hubieron evidencias suficientes para condena) la evolución se entorpece. Aquí podríamos escribir incontables páginas acerca de la Ley del Talión versus el perdón, pero todo pasa primero por identificar y validar que uno fue víctima de un delito. Es por esto que cuando uno es víctima de un delito, sobretodo si el éste ha sido violento, lo ideal es consultar inmediatamente con algún especialista en Salud Mental, ya sea psicólogo o psiquiatra para realizar una primera contención y evaluar la necesidad de un tratamiento más prolongado.
Artículo escrito por Macarena Gálvez Roa, Directora Médica Unidad de Peritaje Clínico y Psiquiatra Adultos de la Unidad de Atención Clínica.
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