“Lo que hay que hacer es amar”, “es el fundamento operacional de todo efecto terapéutico” (Humberto Maturana)
El concepto “familia” dispone en la actualidad de una amplia variedad de definiciones. La visión clásica del antropólogo francés Claude Leví- Strauss (1973) describe el origen de la familia desde el matrimonio y su posterior consolidación como familia nuclear tras el nacimiento de los hijos, es decir un grupo de personas necesariamente de distintas generaciones, unidos por consanguinidad y contrato nupcial.
Hoy este concepto ha evolucionado, y se explicita dentro de las definiciones entregadas por la Real Academia Española de la Lengua, institución que además de otorgar la definición clásica, similar a la de Levi-Strauss “1. f. Grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas”, igualmente define a la familia como: “Grupo de personas relacionadas por amistad o trato.” (RAE, 2016).
Para fines del presente artículo, se entiende a la familia como un grupo de personas estrechamente ligadas en el plano afectivo-relacional, entre las que existe interés y cuidado desinteresado, no necesariamente determinado por consanguinidad, y que veremos cumple una importante función en este proceso. Según estudios realizados por el psicólogo Michael Lambert (1992) el 40% del cambio en psicoterapia depende de factores extra terapéuticos, es decir factores personales del paciente y del contexto relacional, en el que la familia – por su proximidad – tiene la posibilidad de generar una importante influencia.
Para comprender el rol de la familia en este proceso, propongo visualizar la psicoterapia como un buceo por las profundidades del mar. El tiempo de inmersión se relaciona directamente con la cantidad de oxigeno que la persona posea en sus estanques, y una mayor cantidad de tiempo en las profundidades permite apreciar con detenimiento las particularidades del fondo marino, descubrir nuevos elementos, construir una relación íntima con un plano escasamente explorado con el objetivo de reorganizar, reaprender y resignificar experiencias. Mayor cantidad de tiempo en el fondo, se relaciona con mayores probabilidades de finalizar un proceso exitoso.
La tarea de la “familia” está en constituirse como un gran estanque de oxígeno, reforzando constantemente los pequeños y grandes cambios alcanzados, mostrándose contenedores ante los retrocesos, informándose acerca del proceso y la patología, respetando los tiempos de quien sufre, mostrándose disponible al dialogo no enjuiciador, siendo afectivo y sobre todo paciente, ya que la familia debe considerar que en la medida que el usuario esté comprometido con su proceso, este “buceo” diario resulta una actividad agotadora para quien la realiza, sobre todo en periodos iniciales de la psicoterapia, por lo que debemos considerar que el proceso trae consigo etapas difíciles, de dudas y cuestionamientos personales, las cuales pueden ser considerablemente más tolerables si se cuenta con un adecuado apoyo familiar.
Las palabras en la apertura de este artículo, pertenecen a la explicación que ha dado el destacado biólogo chileno, Dr. Humberto Maturana, desde su perspectiva al ejercicio terapéutico, la cual considero se relaciona en buena parte con lo aquí tratado, “lo que hay que hacer es amar”, “es el fundamento operacional de todo efecto terapéutico”. En la medida que esto suceda, todo lo anterior será más espontáneo y llevadero.
Por: Gonzalo E. Morales Merino. Psicólogo Clínico. MirAndes Concepción